MI JESUS NO TIENE NOMBRE


Sus pies lastimados arrastraban el duro peso de la ignorancia de los que no intuían su dolor. Un dolor sin nombre, ni historia, ni victoria. Las voces no cantaron odas para el héroe. El Héroe ha muerto; mientras su carne sigue paseándose entre los vivos, buscando el verbo que se ha dormido en el costado de la miseria.

Lo imaginaba más alto y de barba pronunciada. Cientos de veces dibujé su sonrisa perfecta enmarcada por su espesa caballera reposando en sus hombros. Busque sus rastros en los cantos y salmos que me elevaban a un cielo infinito que no encontré.

Me preparé por años para este encuentro. Golpeé tanto el pecho de rodillas pidiendo perdón por mis culpas que un hueco dejo vacío mi corazón. Sabía exactamente las palabras que diría en mi intenso discurso de fidelidad y amor eterno; pero al tenerle de frente comprendí que estas tres décadas de búsqueda habían sido en vano. No se había marchado. Estaba tan cerca, en todos lados.

Lo encontré tirado al peregrinar hacia el templo junto a mi familia en un vía crucis. Caminábamos al ritmo de los cánticos y rezos, con veladoras en las manos. “Las luces de las velas son calidas y hermosas. Se agotan al pasar las horas, sin importar el color o el aroma, dejan de resplandecer; más mi luz es eterna”-escribió en el suelo con un pedazo de carbón. Me detuve atónita con el mensaje y supe que era él.

Se acercó despacio. Sonrió en actitud de agradecimiento exhibiendo su descompleta dentadura. La Túnica que como manto de nieve se extendía sobre la delgada figura en mi mente, no se asemejaba a los harapos malolientes que cubrían su pequeño cuerpo maltratado.

Le tome la mano poniéndola sobre mi rostro. Secó mis lágrimas dulcemente diciendo:
-¿por qué lloras?- Quería gritarle que lo amaba más que a nada, que era su sierva sin condiciones. Besé sus pies curando las heridas provocadas por la dureza de las calles bajo el sol. La gente al pasar me miraba asqueada convencida de que había perdido la cordura.

Caminamos entre la gente un rato sin hablar. Me abrazó despidiéndose con la mirada. Le regale mi botella de agua y algo de dinero. Lo vi desaparecer entre la multitud que caminaba hacia la iglesia. Se apartaban de él con recelo, como si transportará una peste. Algunos incluso le empujaron susurrándole insultos.

Comprendí que rezar el Padre Nuestro no te salva, ni encender miles de velas. Mi Jesús no tiene nombre ni apellido, anda en las calles como cualquiera. En los carros, en el mercado, a tu lado. Nunca se ha marchado del planeta.


"...este espacio es un rincón donde puedo gritar con las voces del silencio mis pensamientos y son escuchados por tu corazón. Dejate llevar de la magia de las letras invisibles..."

Handry

“…es difícil encontrar inspiración en un mundo donde el silencio es el único idioma que conoce la verdad y las escribe con sus letras invisibles”

Handry